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Aitor Sánchez es uno de los nutricionistas y divulgadores científicos más conocidos del país. En “Tu dieta puede salvar el planeta” nos muestra el impacto que tienen nuestras decisiones alimentarias sobre el medio ambiente y qué podemos hacer para reducirlo.
Sí, y si la dieta de todo el mundo fuera sostenible se podrían reducir las emisiones para cumplir los objetivos de la Agenda 2030, aunque no creo que sea la única solución: hay otras muchas cosas que debemos cambiar. La mejor noticia es que una alimentación sostenible está completamente alineada con una saludable, y no hay que hacer muchos malabarismos, basta con priorizar una serie de acciones clave. La más importante es el origen de la proteína, que debería ser mayoritariamente vegetal, ya que este nutriente es uno de los que más modifica las emisiones en función de su origen: cerdo o ternera son muy contaminantes, mientras que las lentejas o las alubias, que son el equivalente nutricional, son hasta diez veces más sostenibles.
No, pero es cierto que sería lo mejor para el medio ambiente y los animales. Los datos nos dicen que comiendo carne de manera esporádica podríamos obtener hasta un 70% de los porcentajes de reducción de emisiones que se obtienen siguiendo una dieta vegana. Si el día de mañana millones de personas redujeran el consumo de carne, el impacto sobre el medio sería brutal.
La alimentación arrastra una mochila cultural enorme. Por ejemplo, si un día en un menú escolar no hay carne o pescado, seguro que hay quejas; en cambio, si no hay legumbres, no pasa nada. La alimentación tiene una parte muy importante de experiencia y a veces se aceptan como verdades cosas que no son ciertas.
Todo es relativo. Al fin y al cabo, una taza de café solo tiene 6 o 8 gramos de café. Si lo trasladas a las emisiones por kilo, el impacto no es tanto comparado con el de un kilo de naranjas, que son solo tres o cuatro piezas. Con este tipo de productos es más importante el cómo se han producido y vale la pena elegir un café cultivado de manera sostenible, responsable y digna con las condiciones de los trabajadores.
Hay un mantra que se repite, y con razón, que es el de comprar local y de temporada. Lo decimos solo por las emisiones asociadas, pero lo realmente importante es que se ejerce un consumo en un contexto mucho más responsable. Consumir en España no es consumir con las condiciones laborales o los controles que hay en Indonesia, Tailandia o China. Lo que consumimos de aquí, en general, ha sido producido por personas con mejores condiciones laborales y, además, las condiciones agrícolas europeas son mucho más sostenibles que las permitidas en otros lugares del mundo.
Es catastrófico: ¡un tercio de la comida que compramos no se acaba aprovechando! Además, hay cuestiones estructurales que tienen que ver con normativas. En los mares, a causa de la pesca de arrastre, matamos especies que no son de interés comercial y se tiran al mar. Y lo mismo ocurre con la exigencia estética de algunas grandes superficies, que piden al agricultor que les proporcione hortalizas de aspecto perfecto, descartando el resto. Aun así, el hogar es el punto donde se desperdicia más: tiramos el 40% de lo que compramos.
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