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Elaborada con harina de maíz, la polenta te permite elaborar multitud de recetas, tanto saladas como dulces, ya sea un aperitivo, una guarnición, un entrante, un plato principal o un postre. ¡Tú eliges!
Pocos platos hay más típicos del norte de Italia que la polenta. De todas las variedades -amarilla, blanca y oscura-, la primera es la más popular y se elabora secando el maíz y moliéndolo hasta obtener una harina.
Tradicionalmente, se cocía en una olla de cobre a fuego lento para que se pudiera desarrollar todo su sabor. La lentitud de ese proceso ha provocado la aparición del precocido o instantáneo, cuya preparación es de lo más rápida y sencilla.
Sólo hay que llevar a ebullición el líquido elegido según la receta (zumo, caldo, leche…) y, cuando comience a hervir, verter la sémola en forma de lluvia.
Una vez hecha, te permite preparar platos dulces o salados; de ahí que el líquido que utilices para la cocción debes escogerlo en función del resultado final que busques.
Su gran versatilidad la convierte en el ingrediente ideal de un aperitivo, un plato principal, una guarnición…, aunque también es el acompañamiento idóneo de dulces y postres.
Otra opción es dejarla enfriar una vez cocinada y hacer bloques cuadrados o rectangulares que puedes asar o freír: está especialmente sabrosa asada al horno con verduras o utilizada como base de una falsa pizza de carne y queso.